Anonimos

Hoy viví un instante sublime...

Iba en camino a la universidad,

de pronto en la intersección al blvd que tomo, un carro se detiene a mi altura,

realmente soy mala con las marcas de carro, y generalmente no me siguen, por lo que no suelo fijarme en las placas de los carros... solo recuerdo que era uno color blanco.

¿El conductor?, un muchacho promedio, delgado, rubio, con lentes de sol, 25-28 años aprox.

Me sonrió, y leí sus labios que movia con rapidez y simpatía...Hola! como has estado?,

interesante la extraña escena, todo tan rápido que incluso me hizo dudar de mí...

¿Era yo la persona a la que saludaba?... si, no había nadie en otro sitio.

De pronto, en el hilo de la incertidumbre, una pequeña cabeza en el asiento del copiloto se divisaba en la escena.

-Mira, es mi hijo.

El muchacho levanta al niño dejando que vea su pequeña carita adornada por una hermosa sonrisa...

unos ojos llenos de luz, despierto, alerta, alegre, me saluda con su manita, y me roba una sonrisa.

Me sede el paso, ingreso al blvd. y los pierdo.

No se que fue eso... trate de pensarlo todo el camino, recordar quién sería aquel joven que probablemente me conoce, sin embargo no logré recordarlo y sigo sin poder hacerlo.

Lo único que aprendí de esta lección es lo siguiente:

Hay gente que llega a tu vida, y un día simplemente se va.

Tal vez los vuelvas a ver, tal vez no... tal vez nunca más vuelvas a recordarlos, tal vez ellos a ti sí.

Igual solo fue un error, y mi cara común fue confundida con la de otra persona, pero ese niño, su hijo, solo pudo dejarme un motivo real, puro y sensible para sonreír.

Tal vez solo fueron un par de ángeles que se escaparon un instante para recordarme lo delicado y sencillo que puede ser regalar felicidad... aunque sea por medio de una sonrisa.